jueves, 10 de septiembre de 2020

UNA CIUDAD SIN NOMBRE

No se llama ciudad Gótica, no hay superhéroes, no tiene nombre y eso ya es patético.

Los abrazos, los besos y hasta la noche, se esfuman como el humo de un cigarrillo, mientras la soledad es un perfume refinado y agridulce de mi propia autoría.

 No sirve de nada describirlo todo, las pocas montañas, el viento, o el cielo y su sol parco que parece un simulacro. No me conforta observar todo, no por hoy.  Mi ser necesita ensimismarse y por un instante pertenecer a otro mundo, uno surreal que de vuelta y le cambie el sentido a todo, donde los colores cambian de significado, donde los monstruos sean derrotados, y el agua no sólo fluya en un sentido. 

 Deberían de existir  súper héroes acá. Me pregunto en ocasiones por qué no se inventaron unos criollos, algo por el estilo, con capas extraordinarias, de colores y lo más importante: poderes.

Mi hermano era mi súper héroe favorito, el me cuidaba de cuanto peligro había, eso se lo acoto a lo que realmente debe ser un hermano. Ahora no está, perdí su rastro a pesar de la relativa cercanía, dejo de ser mi héroe y aunque lo fuera no podría ayudarme, no con las crisis  existenciales de estos tiempos.

Necesito súper héroes del sentir, ¡eso es! que vuelen con sus capas de colores a la mente, y que colonicen esta ciudad que no tiene nombre, que se enfrenten a mis miedos, que descubran poderes no terrenales, y que enciendan fuego cuando esta sea una ciudad fantasma. 

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